lunes, 16 de mayo de 2011

El sal, la mappa



Otra vez, todo tan deprisa...



Volví a Málaga después de casi tres años, esta vez con una sonrisa por dentro y por fuera, en lugar de lo que por última vez fueran lágrimas y miedo. Esta vez ya no tenía nada que perder.



En realidad, desde hace no mucho tiempo me he dado cuenta de que no tengo nada que perder. El "diez" ya lo tengo, seguir viva; ahora se trata de mantenerlo... y con esto no me refiero a vegetar, sino a vivir.



En un año, mi vida ha dado giros tan inesperados que realmente ahora comprendo la frase "lo que no te mata te hace más fuerte". Después de todo, vuelta a casa después de Helsinki; pero esa vuelta a casa no podía ser demasiado larga, así que oposité a San Sebastián. Y quedé segunda. Segunda entre treinta y nueve, pero sólo una plaza. Después de todo, no está nada mal. Pero cuando te prometen un traspaso de plaza en agosto, te lo dicen en mayo y te dicen en junio que con la ley de la crisis te has quedado sin tu funcionariado... después de llevar casi seis meses trabajando allí, cinco años vividos en esa maravillosa ciudad que tanto ha significado -y significa- para mí, y perdiendo otras ofertas de empleo... pues, hablando en plata, es una putada como un pino. Pero que ya a la siguiente oposición en el mismo sitio te tumben a la primera porque la plaza ya esté más que dada... le hunde la moral a cualquiera.



Nunca me sentí tan perdida como esos dos días después de la última prueba. Ni siquiera quería permanecer un sólo momento en Donosti; ni esos días, ni los días que me quedé hasta que vacié el piso y mi alma. Demasiado dolor que no me dejaba pensar, ni siquiera sentir.



Mi vida allí se acabó, en un año pasaron todas las cosas que jamás hubiera imaginado. Todo un cóctel preparado para catapultarme lejos de esa bendita ciudad... todavía duele demasiado recordar. Y ahora se me hace aún más difícil volver. Pero sé que volveré...



Y qué pasó después? Navidades, una semana antes: broncas monumentales en casa (como no), y a mí que se me hinchan las narices y alzo la bandera blanca: consulta con la psicóloga. Y de la psicóloga, al psiquiatra, Y del psiquiatra, a la farmacia.



Atiborrada a pastillas, acudiendo cada semana al psicólogo, luchando contra la depresión y el transtorno obsesivo-compulsivo... y mi madre. Y mis no-ganas de tocar. Mis no-ganas de vivir. La pérdida total de sentido de la vida para mí.



Hasta que yo misma cambié la situación. Cambié mi manera de relacionarme con mi madre, cambié la reacción de mi madre (por diooooos), volví a hacer pruebas para orquestas, volví a tomar contacto con antiguos profesores y amigos olvidados... y aquello que no quería ver: mi naturaleza. Mi música. Mi mundo.



Todo aquello de lo que renegaba porque no lo tenía a mano y era demasiado doloroso no poder encajar del todo en ningún sitio. Era como un ratón atrapado en su madriguera. Hasta que asomé el hocico...



Y, derrepente en Málaga, Voilà! Vida después de la vida! En qué momento he cambiado? En qué momento me he aceptado tal y como soy? En el momento que he dejado de renegar los demás, de lo que soy realmente. Me he aceptado finalmente a mí misma, con mis defectos que ahora se convierten en peculiaridades. Me he empezado a querer, sin miedo a fallar, a no poder controlarlo ni saberlo todo. A ceder.



Y cuando eso sucede, es maravilloso escuchar a los demás, es maravilloso aprender. Y es maravilloso descubrir que para conectar con una persona no hace falta querer: simplemente, se conecta cuando lo que se piensa y dice es genuíno, cuando un alma coincide con otra. Entonces, se conecta sin querer. Y es... maravilloso.



Quedé tercera esta vez, de treinta y ocho, dos plazas. Pero me voy de Málaga tal y como llegué: con una enorme sonrisa y quizá demasiado oxígeno en la sangre. Me voy con una funda de chelo llena de esperanzas, de fuerza y de verdad. Y de almas que me acompañarán siempre.



Que a dónde voy ahora? Pruebas en Munich para ir a Malasia y pruebas en Odense, Dinamarca. Por más que lo pienso, Kuala Lumpur me atrae tanto como miedo me produce la situación. Pero de nuevo la curiosidad le vence al gato. Eso sí, esta vez sin gastar vidas.



Parece que me empiezo a ubicar en el mapa, aunque no sea el mapamundi... me conformo.