viernes, 1 de abril de 2022

18/ enero/ 2013

 Y ya estamos en 2022. Iba a escribir antes que “esto” la entrada de de cómo Ana Obregón me cambió la vida en aquella nochevieja”. Pero aquí estoy, doce años después escribiendo por una puta idea como una china en el zapato que no me deja dormir a las cinco de la mañana. Y que me jode.

Te llamaré Andrés, por si acaso. Ya que denuncié a la guardia civil algo que es mejor no recordar y que gracia a dios se desestimó para juicio. Tuviste culpa de aquello y tampoco a la vez: pero fuiste un mierda torticero mujeriego y me abstengo de decir más.

Ese 18 de enero lo recuerdo cada año, siempre. Me enamoré como una adolescente pero ya con 26 años y 9 detrás viviendo sola en diferentes ciudades y países. Vamos, con el culo pelado para aquel entonces (lo que me ha venido sucediendo después  en la vida es… es… la puta guerra del Vietnam). Y no puedo comparar eso con nada ni nadie ni conmigo.


Me mentiste. No te daba para vivir en mi casa gastando en taxis cada mañana para ir a trabajar. Te guardabas tus adelantos de sueldo, y que ganabas la mitad de lo que decías. Y no podías seguir ese ritmo de vida.

No pensaste en aprovecharte de mí. Al revés, hacías malabares para estar conmigo a toda costa porque lo que no te esperabas era que te fuera -yo- a importar tanto por hacerte ver la persona que eres, el talento que tienes y que no te dejaras morir tan joven sin intentarlo, sin ser feliz, sólo llorando tu mala sombra.

El beso cuando estabas dormido en el sofá no era para mí. Era para la mujer de la que estabas enamorado, que a saber si fue Lu, u otra, yo qué sé. Tú quisiste quererme.

Pero al final, reventaste. Porque no podías más con la mentira y con la locura de estar juntos cuando era imposible. Te liberaste. Pero lo que te jode es que me echaste la culpa de no luchar por ti (lo hice, por ti y por mí y nosotros volví a la boca del Lobo, y lo sabes) porque tú no te ves como te veo yo. Sigues siendo increíble en todo, pero no quieres arriesgar, no quieres vivir y errar porque tú orgullo no es más que una autoestima tan baja que eres capaz de envenenar la mente de cualquiera contra cualquiera para no enseñar tu mierda, para no sentirte culpable de nada y hacer de todo menos tú el problema injusto de tu vida.

Yo hice cosas mal. Pero yo te amaba y hoy por hoy desearía no haberte conocido porque duele demasiado. Fue demasiado perfecto. Fue amor, magia, paz. Por lo menos, para mí en mi burbuja. No sé en la tuya: te guardaste demasiadas cosas, quizá viendo que era imposible. Quizá porque te pasó lo que no esperabas ni querías: enamorarte.

Once años después vuelvo a escribir aquí, a ti. A las seis de la mañana. Quizá porque hoy a Musti casi le vacían el ojo izquierdo. Como al que fue su padre no peludo. Que lo único que aportaste a Musti fue fumar con las ventanas cerradas. Y joderlo a pulgas cuando volví al piso.

Sin embargo, “techo”, Eda obra de arte de una amiga tuya en blanco y negro, la tengo grabada a fuego, como absolutamente todo. “Techo” es tan sagrado que nunca sale de mi boca, excepto cuando te pienso.

Techo. Muchísimo. Y odio haber amado por ello. Porque lo más dulce de mi vida, aún y con toda la mierda, no volverá jamás.

No me vuelvas a mentar para echarme tu mierda encima. Jamás.