miércoles, 28 de mayo de 2008

La carta

Hace años que me enamore por primera vez. Aunque ahora no lo vea así, puesto que me "enamoré" sólo una vez unos años más tarde; es entonces cuando uno aprende a distinguir cuándo es amor y cuándo es, ejem, encoñamiento. Pero en ese momento, en el momento que pensé que me había enamorado por primera vez, nos llegamos a confundir tanto que hacemos del amor otros sentimientos: culpa, rencor, desasosiego, alegría... Hoy sé que aquella vez no fue la primera. Pero no dejo de asombrarme con una carta que escribí, hace no mucho, hablando de ese primer encoñamiento serio. En el blog anterior escribía sobre las dudas que arrastraba desde hacía un par de años... creo que aquí se plantea una de ellas, en forma de carta; no parece una duda, pero era un sentimiento provisional, un sentimiento muy fuerte. Es por eso que me resulta tan peculiar esta carta... Una carta que debí de escribir tiempo antes y haberla entregado a su destinatario. Pero tengo más clase como para hacerlo.
Aquí la transcribo de una pequeña libreta. Es increíble como cambian las cosas escritas a mano, sobretodo a lápiz. Esa sensación de estar pariendo las palabras, de masticarlas...

-La carta-

Anoche tuve un sueño extrañamente feliz. Soñé contigo. Sin embargo, nunca me doy cuenta de que cada vez que sueño contigo en realidad se me hace extraño que sea feliz. Dicen que los sueños nos hablan en metáfora; lo cierto es que la sensación de antes y después de anoche es la misma que la de aquellas noches que pasamos juntos. La misma que provoca el sonido de un lápiz contra el suelo. Un ruido seco, hiriente. Me hace gracia volver a sentir lo mismo después de un año sin verte. Esa sensación de protección que se convierte en nada cada vez que pienso en tí, cada vez que salía por la puerta de tu piso, que se hacía insoportable cuando salía por el portal mientras miraba a tu balcón. Nunca te ví asomado desde aquel cuarto piso sin ascensor. Nunca dijiste nada, y sin embargo, a veces creo que lo dijiste todo. Todo en una caricia. Todo en el último beso que te dí, que aún me repite en la boca. El mejor y peor beso de despedida que pueda dar en la vida sin ni tan siquiera haberte conocido. Sin embargo, creo que me lo diste todo, todo menos lo más importante: tú. Me vendiste el peor recuerdo, el de una hoja en blanco. No te guardo rencor porque me sobra egoísmo. Lo que me duele no es no haberte conocido, sino la forma tan sutil y cruel que tuviste de tirarme a la basura sin leer entre mis líneas. Cada noche me torturo pensando en por qué no te escribí nunca una carta, pero ahora lo sé: porque no te la mereces.
Siempre tuya y mía.
Sobretodo mía.

No hay comentarios: