domingo, 27 de febrero de 2011

Una Rosa Negra de Tela


Cinco y media de la mañana, voy conduciendo por la Carretera del Infierno (o al menos eso dice el GPS de mi calle) y rompo a llorar. Una lágrima tibia y negra como el rimmel abriéndose paso por mi mejilla y un sollozo que nunca llegó a escucharse.

Cuántos recuerdos sin guardar. Sin guardar, digo, porque siguen estando ahí, día tras día, a cada momento. Ya no tengo donde escapar. Ya no me puedo escapar de mí misma, de mi pasado.

Hubo un tiempo en que huía de casa de mis padres. Escapé a Madrid y a Helsinki, después de haber probado las mieles de San Sebastián.

Después de todo, recalé en Donosti de nuevo. Increíble volver a sentir esa ciudad, ese pedazo de mí incrustado en cemento, mar y tierra. Pero todo eso se acabó. Ya nunca podré siquiera soñar con vivir allí, el único sitio que consideraba mi hogar.

Es curioso, "hogar". Se supone que el hogar está con tu familia, donde has pasado el período más largo de tu vida... sin embargo, a estas alturas no nos vamos a engañar: yo no tengo hogar. Al menos, físico.

Mi hogar está en mis recuerdos, pero el problema está en que no me puedo sentar en su sofá, porque no existe. Y duele la vida. De repente, me dolió Donosti, me dolió Santi, me dolió Joseba, me dolió el no poder respirar del frío cada vez que salía de mi portal en Helsinki. Me dolió no poder demostrar a todos que se equivocaban. Y me duele tener la garganta atrapada en un trozo mágico de madera y no poder alzar su sonido por encima de toda la ignorancia. Ignorancia de no saber quién soy: algo mucho más grande que no cabe en un trozo de piel y hueso.

Y cuando aparqué el coche, antes de dejar que esa lágrima me besara la mandíbula, miré en el asiento de atrás y me encontré esa rosa negra de tela, una rosa que en su día tenía compañera y que regalé a una amiga que se acaba de comprometer. Una rosa negra que no marchitará nunca porque no es real, porque no le dieron esa oportunidad de vivir, simplemente no creándola. Y sola.

Y me dio por pensar que la música debería morir al momento de crearse, porque duele recordar tanto constantemente. Nada debería ser de plástico.

Y después de un rato me desnudé, dejé mi alma en una pastilla de lormetazepam, cogí mi vitriolo en la mano y apagué la música de la mesita. La vida... la curiosidad mató al gato. Pero tener siete vidas duele.

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